Las lagrimas de tristeza anegan la habitación.
Duele más el no saber como interpretarlas.
Llegan desde el núcleo, desde el mismo nudo que atrapa su garganta y no le deja opción..., ninguna vía de escape.
Atrapada en su inmisericorde dolor, alarga la mano hasta dar con el cuerpo cercano sumido en un profundo sueño.
Al mínimo contacto, se produce una respuesta desde la ensoñación en la que él se encuentra, cabalgando sobre un suelo inexistente, sobre un animal que lo traslada por caminos yermos donde nada existe..., donde nada es.
Distingue el tacto sutil que le acerca a la realidad de su antigua existencia. Es ella, la que vuelve a aparecer para defenderle de su propia tibieza.
Abre los ojos y la contempla. Amparado por la necesidad, recoge entre sus dedos su cabello revuelto sobre la almohada en un gesto de acercamiento. Con sus labios sobre los restos húmedos y salobres de la devastación.
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